TEXTO Nº 19 LA CONCIENCIA MORAL . CRIMEN Y CASTIGO

 

– En cambio, a esa maldita vieja, la mataría y le robaría sin ningún remordimiento, ¡palabra! – exclamó con vehemencia el estudiante. El oficial lanzó una nueva carcajada, y Raskolnikof se estremeció. ¡Qué extraño era todo aquello!

– Oye – dijo el estudiante, cada vez más acalorado -, quiero exponerte una cuestión seria. Naturalmente, he hablado en broma, pero escucha. Por un lado tenemos una mujer imbécil, vieja, enferma, mezquina, perversa, que no es útil a nadie, sino que, por el contrario, es toda maldad y ni ella misma sabe por qué vive. Mañana morirá de muerte natural… ¿Me sigues? ¿Comprendes?

– Sí – afirmó el oficial, observando atentamente a su entusiasmado amigo.

– Continúo. Por otro lado tenemos fuerzas frescas, jóvenes, que se pierden, faltas de apoyo, por todas partes, a miles. Cien, mil obras buenas y útiles se podrían mantener y mejorar con el dinero que esa vieja destina a un monasterio. Centenares, tal vez millares de vidas, se podrían encauzar por el buen camino; multitud de familias se podrían salvar de la miseria, del vicio, de la corrupción, de la muerte, de los hospitales para enfermedades venéreas…, todo con el dinero de esa mujer. Si uno la matase y se apoderara de su dinero para destinarlo al bien de la humanidad, ¿no crees que el crimen, el pequeño crimen, quedaría ampliamente compensado por los millares de buenas acciones del criminal? A cambio de una sola vida, miles de seres salvados de la corrupción. Por una sola muerte, cien vidas. Es una cuestión puramente aritmética. Además, ¿qué puede pesar en la balanza social la vida de una anciana esmirriada, estúpida y cruel? No más que la vida de un piojo o de una cucaracha. Y yo diría que menos, pues esa vieja es un ser nocivo, lleno de maldad, que mina la vida de otros seres. Hace poco le mordió un dedo a Lisbeth y casi se lo arranca.

– Sin duda – admitió el oficial-, no merece vivir. Pero la Naturaleza tiene sus derechos.

-¡Alto! A la Naturaleza se la corrige, se la dirige. De lo contrario, los prejuicios nos aplastarían. No tendríamos ni siquiera un solo gran hombre. Se habla del deber, de la conciencia, y no tengo nada que decir en contra, pero me pregunto qué concepto tenemos de ellos. Ahora voy a hacerte otra pregunta.

-No, perdona; ahora me toca a mí; yo también tengo algo que preguntarte. Has hablado con elocuencia, pero dime: ¿serías capaz de matar a esa vieja con tus propias manos? -¡Claro que no! Estoy hablando en nombre de la justicia. No se trata de mí. -Pues yo creo que si tú no te atreves a hacerlo, no puedes hablar de justicia… Ahora vamos a jugar otra partida.

Raskolnikof se sentía profundamente agitado. Ciertamente, aquello no era más que palabrería, una conversación de las más corrientes sostenida por gente joven. Más de una vez había oído charlas análogas, con algunas variantes y sobre temas distintos. Pero ¿por qué había oído expresar tales pensamientos en el momento mismo en que ideas idénticas habían germinado en su cerebro? ¿Y por qué, cuando acababa de salir de casa de Alena Ivanovna con aquella idea embrionaria en su mente, había ido a sentarse al lado de unas personas que estaban hablando de la vieja? Esta coincidencia le parecía siempre extraña. La insignificante conversación de café ejerció una influencia extraordinaria sobre él durante todo el desarrollo del plan. Ciertamente, pareció haber intervenido en todo ello la fuerza del destino.

Cuestiones:

1. Describe el dilema moral que propone el estudiante.

2. ¿Qué crees que quiere decir el oficial cuando afirma que “la naturaleza tiene sus derechos?”.

3. ¿Qué crees que quiere decir el estudiante cuando responde que “a la naturaleza se la corrige”?

La conciencia es la razón en su función de discernir y valorar. El resultado del discernimiento de la conciencia se expresa en juicios morales o de valor, a los que reconocemos un carácter imperativo y universal (expresan un deber u obligación para cualquier persona).

Kant lo expresa de esta manera:

Compórtate siempre de tal manera que trates a cada persona como un fin y no como un medio. La persona es un fin en sí mismo. Asegúrate de que actúas siempre de manera que puedas querer que la regla de tu conducta se convierta en norma universal (para todos).

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